Parece increíble y hasta sacado de una campaña propagandística israelí barata, pero la pura verdad es que ya ha llegado el momento en el cual la mayoría de la población de Gaza evoca con nostalgia los atroces días de la ocupación israelí. Lo siento, pero pese a comprender perfectamente el sentimiento, debo decirles que no volveremos.
Me refiero a que ni sueñen con una nueva ocupación que se haga cargo de la población y de la seguridad interior a través de la gobernación militar que haga las veces de policía. Después de cuarenta años, todos sabemos que los ocupantes pierden tanto o más que los ocupados.
Lo que sí puede llegar a suceder, es que ingresen, algún día de estos, los tanques de Tzáhal y algunas otras fuerzas de infantería, para hacer todo lo necesario a fin de evitar que los ciudadanos de Sderot vivan en una constante pesadilla.
No soy la persona indicada para el análisis constructivo, porque eso lo deberían hacer los palestinos. Son ellos quienes deben sacar sus conclusiones acerca de su capacidad de vivir consigo mismos, respetando pluralismos y dedicando esfuerzos a crear y construir en lugar de hacer la guerra.
Si es verdad que la emancipación constituye una gesta heroica, parece difícil desprenderse de ella y pasar a la aburrida etapa del trabajo, de crear infraestructuras, de educar e instruir, de progresar y crear riquezas.
A último momento del proceso de desconexión unilateral, Shimon Peres movió cielo y tierra hasta lograr, mediante una gestión acrobática que incluyó a varios factores, que los invernadotes de Gush Katif no fuesen desmantelados como se proponía, sino transferidos a los palestinos para que tuviesen una fuente de trabajo y de riqueza. Desde ese mismo lugar se disparan los cohetes Kasam a Sderot y se invita, casi se ruega a las fuerzas israelíes que se dignen entrar y atacar con sus tanques.
Si lo logran, podrán volver a prenderse a la guerra de liberación como un ternero a la ubre: la lucha volverá a ser por una causa justa. Será además una lucha más fácil, porque el pérfido enemigo israelí, al retirarse de Gaza, ha hecho que sea más difícil llegar hasta donde se encuentra. Si entra, como es de esperar, estará más cerca, más a mano.
Si esta es la situación, y efectivamente lo es, ¿por qué habría de aceptar el israelí medio una nueva retirada, con o sin acuerdos de por medio, esta vez de Cisjordania? ¿Con quién se pretende que Israel negocie retiradas, fronteras y acuerdos? ¿Cuántos gobiernos y cuántos ejércitos hay en esa entidad denominada Autoridad Palestina? ¿Hay que negociar con todos o con una de las partes? ¿Con cuál de ellas, con la que manda y exija abiertamente la destrucción de Israel, o con la que reconoce a Israel pero no es reconocida por su propio pueblo?
A nosotros nos habrán de denostar en todo el mundo cualquiera sea la postura que adoptemos. Seremos considerados criminales por cerrar la frontera e impedir el paso de potenciales terroristas, mientras que nadie en el mundo parece molestarse por el hecho de que gente de Hamás arroje a un rival desde un piso quince hacia su muerte, o asesine a sangre fría a toda la familia de un oficial de Fatah.
Porque a diferencia nuestra, el mundo es de verdad discriminatorio y racista. Cree que de esos árabes primitivos no se puede exigir nada, porque no son civilizados. Reprenderlos es predicar en el desierto porque a nadie le interesa. En cambio nosotros nos sentimos doloridos cuando nos dicen que no respetamos los derechos humanos.
Hay novedades: nos estamos adaptando cada vez más a la región.
Me refiero a que ni sueñen con una nueva ocupación que se haga cargo de la población y de la seguridad interior a través de la gobernación militar que haga las veces de policía. Después de cuarenta años, todos sabemos que los ocupantes pierden tanto o más que los ocupados.
Lo que sí puede llegar a suceder, es que ingresen, algún día de estos, los tanques de Tzáhal y algunas otras fuerzas de infantería, para hacer todo lo necesario a fin de evitar que los ciudadanos de Sderot vivan en una constante pesadilla.
No soy la persona indicada para el análisis constructivo, porque eso lo deberían hacer los palestinos. Son ellos quienes deben sacar sus conclusiones acerca de su capacidad de vivir consigo mismos, respetando pluralismos y dedicando esfuerzos a crear y construir en lugar de hacer la guerra.
Si es verdad que la emancipación constituye una gesta heroica, parece difícil desprenderse de ella y pasar a la aburrida etapa del trabajo, de crear infraestructuras, de educar e instruir, de progresar y crear riquezas.
A último momento del proceso de desconexión unilateral, Shimon Peres movió cielo y tierra hasta lograr, mediante una gestión acrobática que incluyó a varios factores, que los invernadotes de Gush Katif no fuesen desmantelados como se proponía, sino transferidos a los palestinos para que tuviesen una fuente de trabajo y de riqueza. Desde ese mismo lugar se disparan los cohetes Kasam a Sderot y se invita, casi se ruega a las fuerzas israelíes que se dignen entrar y atacar con sus tanques.
Si lo logran, podrán volver a prenderse a la guerra de liberación como un ternero a la ubre: la lucha volverá a ser por una causa justa. Será además una lucha más fácil, porque el pérfido enemigo israelí, al retirarse de Gaza, ha hecho que sea más difícil llegar hasta donde se encuentra. Si entra, como es de esperar, estará más cerca, más a mano.
Si esta es la situación, y efectivamente lo es, ¿por qué habría de aceptar el israelí medio una nueva retirada, con o sin acuerdos de por medio, esta vez de Cisjordania? ¿Con quién se pretende que Israel negocie retiradas, fronteras y acuerdos? ¿Cuántos gobiernos y cuántos ejércitos hay en esa entidad denominada Autoridad Palestina? ¿Hay que negociar con todos o con una de las partes? ¿Con cuál de ellas, con la que manda y exija abiertamente la destrucción de Israel, o con la que reconoce a Israel pero no es reconocida por su propio pueblo?
A nosotros nos habrán de denostar en todo el mundo cualquiera sea la postura que adoptemos. Seremos considerados criminales por cerrar la frontera e impedir el paso de potenciales terroristas, mientras que nadie en el mundo parece molestarse por el hecho de que gente de Hamás arroje a un rival desde un piso quince hacia su muerte, o asesine a sangre fría a toda la familia de un oficial de Fatah.
Porque a diferencia nuestra, el mundo es de verdad discriminatorio y racista. Cree que de esos árabes primitivos no se puede exigir nada, porque no son civilizados. Reprenderlos es predicar en el desierto porque a nadie le interesa. En cambio nosotros nos sentimos doloridos cuando nos dicen que no respetamos los derechos humanos.
Hay novedades: nos estamos adaptando cada vez más a la región.
Mario Wainstein
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