Como la familia real saudí es propietaria de innumerables harenes y palacios por doquier y de la cuarta parte del petróleo planetario, ha logrado que los medios denominen «moderado» a su régimen esclavista y misógino, bajo el cual está vedado a las mujeres conducir y a los judíos ingresar aun como turistas; donde está prohibida toda religiosidad no-islámica, y los castigos incluyen lapidaciones y decapitaciones, la pena de muerte para la homosexualidad o el adulterio femenino, y la amputación de manos por robo. Los medios occidentales no censuran estas «moderadas» expresiones de una estructura premedieval que carece de parlamentos, elecciones u órganos representativos.
El régimen tribal controla todos los medios, exporta violencia a través de la doctrina wahhbita que en cien países recluta a jóvenes al credo terrorista, y reduce los derechos humanos a una arbitraria dádiva del rey a sus súbditos.
Sin embargo, parte de la derrota de Occidente en la guerra psicológica se refleja en que los totalitarios imponen su léxico. En él Arabia Saudí es moderada. Por ello viene dispensándose atención su «plan de paz» reflotado en Riyad (29 marzo 2007). La propuesta consiste en que Israel evacue territorios para luego ser eliminado por medio del ingreso de millones de árabes que se transformarían de inmediato en la mayoría del país. Denominar «plan de paz» a esta ofensiva para eliminar al Estado judío, les facilita a los saudíes concitar la aprobación de desprevenidos y malintencionados al unísono.
Los medios vienen vaciando de contenido a la palabra «paz» desde hace mucho tiempo, incluidos los periódicos de la izquierda israelí como el diario Ha’aretz que informa de la muerte de la lingüista israelí Tania Reinhardt (17 marzo 2007) calificándola de «activista de la paz». Curiosa paz la de la Reinhardt, quien fiel a su mentor Noam Chomsky proponía destruir Israel, apoyó al Hezbolá durante la última guerra, y se opuso a los acuerdos de Oslo (13-9-93) por considerarlos una traición de Arafat a los palestinos (ya que supuestamente renunciaban a la meta de eliminar el Estado hebreo).
En este embrollo semántico en el que se llama paz a la guerra, tampoco resulta fácil detectar qué es terrorismo o fascismo, ya que los fascistas y terroristas arrojan dichos términos preventivamente contra las democracias occidentales para mantenerlas en la defensiva semántica. Quienes arremeten contra toda oposición tachan de «fascistas» a los gobiernos liberales y exaltan como «democrático» al de las familias Castro o Kim.
Los totalitarios seleccionan voces para confundir y dominar, una manipulación que en ciencias políticas se conoce como «lenguaje esópico» (pobre el antiguo fabulista griego, cuyo nombre, sin culpa ni cargo, fue extrapolado a esta adjetivación).
Los nazis llamaban «Evakuierung» a la deportación a los campos de la muerte, «tratamiento especial» al asesinato y «solución final» al Holocausto. Los comunistas crearon en 1950 el Consejo Mundial por la Paz para promover la lucha de clases y exportar la revolución. Nadie podría oponerse a soluciones y a paces sin ofrecer previamente explicaciones.
El tercer gran despojo
Junto a la Reinhardt otro israelí «militante de la paz» llamó últimamente la atención de los medios: el gurú de Mario Vargas Llosa e historiador de Haifa Ilán Pappe, quien acaba de ser contratado por la universidad inglesa de Exeter. En ella proseguirá su campaña para que se boicoteen a todas las universidades israelíes, de las que hasta hoy había recibido sus honorarios.
Pappe emigra de un Israel al que imagina fuente del mal y al que propone suprimir. Su virulencia al respecto sorprendió incluso al periodista qatarí del diario La Península, quien entrevistó a Pappe en la ciudad de Doha (1 abril 2007): el israelí afirmó apoyar al Hamás en su «resistencia» contra Israel (léase bombas de suicidas en discotecas para matar judíos, en lugar de negociaciones para construir un Estado palestino). Para este portavoz de autoodio «el sionismo es mucho más perjudicial para la paz que el islamismo».
Esta muestra de la rutinaria demonización del sionismo nos retrotrae a un artículo en el que planteamos cómo los medios despojan a dicho movimiento de dos virtudes que lo caracterizan: antigüedad y benignidad. Cabe agregar aquí un tercer despojo del que el sionismo es frecuente objeto: el de sus argumentos. El método consiste en atribuir a los sionistas razones divinas para después descalificarlas por retrógradas. Se soslaya de este modo que Israel es precisamente el país secular de Oriente Medio, rodeado por veinte dictaduras islamo-fascistas que lo han elegido como blanco predilecto de su embate teocrático.
En esta patente tergiversación del sionismo cayó un artículo judeofóbico del famoso Jostein Gaarder: El pueblo elegido de Dios (publicado el 8 mayo 2006 en el diario noruego Aftenposten y reproducido varias veces). Además de desvirtuar la autodefensa israelí ante los misiles del Hezbolá que ni siquiera son mencionados, el noruego «explica» que la motivación de los sionistas es teocrática. Para fabricar la mentira esquiva enteramente la historia del sionismo, mayormente laica desde el mismísimo fundador. El ardid es habitual y culmina en que expeditamente se objeten nuestros argumentos, eminentemente históricos, morales y sensatos, pero no teológicos.
A diferencia de Gaarder que arremete desde Europa contra Israel (su moral no le permite jamás denostar a Arabia Saudí), los casos de Pappe, Reinhardt y similares son de furia local. Parten de la flagelación de su propia sociedad, y luego trasladan el veneno antiisraelí intacto a otras sociedades en las que la autocrítica no existe. Éstas consumen con frenesí la justificación del odio que les regalan desde afuera.
Las opiniones monocordes del mundo árabe contrastan con Israel, en el que conviven una vasta pluralidad de ideas, partidos y organizaciones que lo incluyen a Pappe (fue candidato parlamentario por el Partido Comunista pero nunca resultó elegido). Esta policromía es en buena medida continuidad de la tradición del judaísmo que siempre exaltó la diversidad de opiniones.
La disparidad de sistemas es uno de los motivos por los que las diatribas contra Israel son tan obsesivas y cáusticas. Sólo contra el Estado hebreo un político se atrevería a pedir abierta e impunemente que se le arroje una bomba atómica, como exhortó un diputado oficialista egipcio en el parlamento de su país (12 febrero 2007). Sólo el Estado hebreo produce una morralla de académicos, que no por minoritaria resulta menos escandalosa, quienes se empeñan en eliminar el Estado judío aun cuando ello significaría que el islamo-fascismo en expansión devore a nuestra vibrante democracia en las tripas del medioevo.
La adulteración del lenguaje, la embestida contra Israel y el asedio a Occidente y sus valores, son rostros de esta Tercera Guerra Mundial que nos declaró el islamismo. Una es su víctima principal –según concluye Julián Schvindlerman su aleccionador libro Tierras por paz, tierras por guerra (2002)–: la verdad.