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lunes, abril 09, 2007

Judíos españoles secretos durante 400 años

El venerable rabino Boaron no daba crédito a lo que veían sus ojos. Francesc Bellido de Sant Feliu desplegaba con primor un talit que su madre le había tejido cuando era un niño, 60 años atrás, para que siguiera los preceptos de su religión secreta. Blanco con franjas azules en sus extremos, el manto de oración judaico no se diferenciaba en nada del que su propia madre le había legado a él o a millones de judíos en todo el mundo. Lo extraordinario era que Bellido había nacido y crecido en Cirat, en el abrupto interior de Castellón, en una tierra donde oficialmente los judíos se habían acabado cinco siglos atrás, cuando los Reyes Católicos les dieron a escoger entre el exilio o la conversión.

Boaron, la mano derecha del Gran Rabino de Israel, estuvo con una delegación religiosa en Barcelona el 31 de marzo y el 1 de abril (el 2 visitaron la antigua judería de Girona) para escuchar los casos de decenas de descendientes de conversos de la península Ibérica que reclaman el derecho a pertenecer al pueblo de Israel. Lo que resultó más extraordinario a la comisión es que la mayoría de estas personas han conservado no sólo la memoria, sino también rituales y tradiciones de sus antepasados israelitas.

Bellido recitó oraciones en hebreo que su madre le había enseñado, explicó que encendía las velas del Sábado, que le instruyó en el cumplimiento de los preceptos e incluso le recitaba algún viejo proverbio: "De Sefarad (Hispania) soy un jayao (soldado)/ fablo el safá (idioma) castellano/ como el más puro villano/ que nunca cató el jalá (pan sabático)". En su casa de Cirat (en el Alto Mijares valenciano, de lengua castellana), Bellido recuerda una mezuza, la cápsula con oraciones que todos los hogares judíos ponen en el dintel de la puerta. Sin embargo, ellos la tenían en el interior, ya en el recibidor, y cubierta con yeso. Otros objetos rituales, como la menorá, el candelabro de siete brazos, estaban escondidos en un armario.

El caso de Bellido se repite en todo el territorio ibérico, donde muchas familias han conservado a través de las generaciones rasgos judaicos y, en algunos casos, los preceptos al completo. Es imposible dar cifras, porque continúan escondidos, pero las personas que se reclaman descendientes de israelitas son varios miles. "En todas partes, en las 52 provincias españolas, hay judíos secretos, pero España sigue siendo un país muy antisemita y todavía no nos sentimos seguros", dice un valenciano que prefiere que su nombre no aparezca.

La pervivencia del judaísmo está documentada en España y Portugal hasta finales del siglo XVIII, 300 años después del decreto de los Reyes Católicos. Los archivos de la Inquisición revelan decenas de miles de casos de herejía hasta esas fechas. Los historiadores aseguran que más de la mitad de los judíos evitó el exilio convirtiéndose al cristianismo, pero la mayoría también siguió practicando clandestinamente la religión de sus padres. Así nacieron los criptojudíos, que fueron llamados también marranos, un nombre que se conserva muy vivo en muchas familias portuguesas.

Cuando el tribunal capturaba a un hereje acusado de judaizar, inmediatamente caían parientes y amigos de distintos puntos de España y Portugal, porque durante siglos los criptojudíos mantuvieron una red de contactos que les permitía ayudarse, reunirse para las fiestas y pactar matrimonios, sin los cuales la tradición hubiera desaparecido. Los judaizantes desaparecen de los archivos justamente cuando el Santo Oficio que los perseguía se modera, a finales del XVIII, y, finalmente, es abolido a principios del XIX.

Un jamón por estrenar
La también valenciana Marina de Paz Peris cuenta cómo sus abuelos paternos encendían en el pueblo gallego de Rivadavia las velas sabáticas dentro de un puchero para que sus vecinos no las percibieran y que de niña descubrió en su desván libros escondidos escritos "con casitas", que más tarde supo que era el alfabeto hebreo. Su abuela materna guardaba las apariencias culinarias para evitar ser descubierta. La Inquisición procesó a muchísimos sospechosos por cocinar con aceite vegetal o por no consumir cerdo. "Yo siempre vi un jamón en la despensa - cuenta Marina-, que debía ser heredado, porque llevaba años ahí, para que los vecinos lo vieran".

La abuela regalaba los conejos que criaba (prohibidos por la ley rabínica) a los vecinos; "en cambio, pollos no regalaba ni uno". La familia de Marina de Paz tuvo que hacer equilibrios durante el largo franquismo para ocultar su verdadera religión. Cuando en algún acto social rechazaban el cerdo, alegaban que engordaba, y decían que el marisco les producía trastornos. Cuando les invitaban a una boda llegaban siempre al final de la misa, "con la excusa de la modista o de un zapato roto", porque tenían reparos para entrar en la iglesia.

La familia se las arregló también para tener una parcela en el cementerio sin una sola cruz, donde también enterraban a ateos y suicidas. Cuando en 1948 se fundó el Estado de Israel, 37 de sus primos emigraron en masa protagonizando una aliyá (retorno) increíble para el mundo, porque teóricamente los judíos se habían acabado en Sefarad hacía siglos.

Marina, que tiene 55 años, todavía conoció la red clandestina que unía a los judíos ibéricos. Cuando cumplió 18 años, sus padres le llevaron a casa algunos jóvenes para que se casara dentro del grupo. "Era una especie de servicio secreto criptojudío. Había alcahuetas que ponían en contacto a la gente, y a mí me trajeron chicos de Córdoba, de Navarra y de la misma Valencia, y alguno centroeuropeo, de familias que se relacionaban con mis padres", cuenta.

La comisión rabínica escuchó también a representantes lusos. En Portugal - donde los judíos fueron convertidos a la fuerza, sin la posibilidad de exiliarse- se han mantenido algunas comunidades perfectamente constituidas, y durante las décadas de 1920 y 1930 hubo un importante movimiento, la Obra do Resgate, que llevó a muchos marranos a la sinagoga y creó escuelas para los niños.

Otro colectivo que explicó su caso a los rabinos fue el de los chuetas, los mallorquines portadores de 15 apellidos, descendientes de los últimos conversos represaliados por la Inquisición a finales del siglo XVII, que estuvieron estigmatizados hasta hace muy poco, porque vivían
agrupados en el viejo call de s´Argenteria de Palma.

Tras Barcelona, la comisión israelí viajó a Mallorca y a Oporto. El rabino Boaron se declaró impresionado por los testimonios que había escuchado y reconoció a Sefarad como tierra de judíos. Según sus palabras, existe una buena disposición del Gran Rabinato para que los bnei anusim (los hijos de los forzados) regresen al pueblo de Israel con todos los honores.


Por Eugeni Casanova , autor del libro "Els jueus amagats. Supervivents de la Inquisició a la Sefarad del segle XXI" (Columna, 2005).

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